Ya ha pasado un año desde el inicio de la guerra en Ucrania.

Sí, aunque parezca mentira, cada vez va quedando más lejos y olvidado el 24 de febrero. Ya no es la principal noticia en ningún país de Europa, solo una mera reseña cuando hay algún acontecimiento que nos puede afectar… ¿triste no?.

Pocos son los que se siguen volcando con los ciudadanos ucranianos, esos que hace unos meses los considerábamos como nuestros hermanos europeos, esos por los que se organizaron multitud de llamamientos y recogida de ayuda humanitaria… Pero la guerra sigue… y las familias y el pueblo ucraniano la sufre día y noche. Entierran a sus muertos, los que serían el futuro del país; acogen a los huérfanos; cuidan de sus heridos y siguen esperando…

Y desde la distancia… que diferente se ven y se viven las cosas. La normalización de una guerra es lo que tiene… mientras uno no sufre las consecuencias directamente es fácil y no cuesta que otros pongan los muertos y el dolor para la defensa de la libertad y la paz en todo Europa.

Pero se nos olvida que muchos de estos ucranianos vivían a lo largo y ancho de este nuestro viejo continente. Han dejado a sus hijos, mujeres o padres aquí, en nuestras sociedades de confort y anodinas ante el sufrimiento de los demás. Otros han llegado, asustados, desorientados, solos, con la poca vida que entra en una mochila o una pequeña maleta. Al menos algunos quizás tengan una nueva oportunidad. Quizás…

Y desde la distancia…, siempre consuela saber de la fortaleza y firmeza de Ucrania. Ucrania no se rinde… nunca se ha rendido. El orgullo de su pueblo la mantiene en pie … la defensa de su identidad la mantiene en pie… el dolor y la perdida de sus ciudadanos la mantiene en pie… la lucha por su libertad la mantiene en pie… la solidaridad de sus gentes la mantiene en pie… la diáspora ucraniana la mantiene en pie… Muchas cosas han cambiado para siempre. Sus gentes han cambiado para siempre. Su futuro ha cambiado para siempre. Pero por todo su territorio, dentro de esas fronteras que se pretenden redefinir a la fuerza, hombres y mujeres dedican sus vidas a preparase para esos cambios, una vez que caiga la última bomba, una vez que se dé el último disparo, una vez que se apaguen todos los fuegos que han pretendido quemar toda su historia y a aquellos que ya forman parte de ella.

Y desde la distancia…, se valora el esfuerzo de increíbles personas que, con la ayuda mutua tratan de llegar a donde el Estado no llega, tratan de suplir la ausencia de un padre o una madre, tratan de cambiar el llanto por una sonrisa, tratan de abrir una puerta a la esperanza y a un nuevo futuro.

Ojalá los demás fuéramos capaces de entender que en ese esfuerzo va también implícita la estabilidad de Europa, de nuestros países, de nuestros ciudadanos, de nuestras familias, de nuestras propias vidas… y que fuéramos capaces de dedicar una pequeña parte de nuestro tiempo y nuestro bienestar a facilitar el del pueblo ucraniano. Un simple gesto de apoyo sería suficiente. No permitamos que los gritos de “Gloria a Ucrania” se ahoguen.

Y desde la distancia…no pensar que nada podemos hacer. Que nada podemos decir. Que nada podemos compartir. Que nada podemos cambiar. El discurrir de la vida nos pone delante infinidad de oportunidades de ser un poco más humanos. De ser más dignos con uno mismo. De ser más conscientes de nuestra fortuna. De ser más corazón.

Como se suele decir, todo depende de la perspectiva desde donde se mire… a lo mejor deberíamos levantar la vista de nuestro propio ombligo y mirar a Ucrania… desde la distancia claro, … desde la distancia.

Para ICANYOUCAN.ORG.UA. Ejemplo de compromiso y tesón. GRACIAS.

María de la Luz González Martín