Hay algo que no entiendo. Está bien soy una guitarra, pero eso no quiere decir que sea una novata, si te gusta la música algún respeto debes de sentir por ella. Pero es que esta criatura que me compró me ha estropeado la voz.
Y lo peor de todo es que cuando me marchaba de la tienda con él, Paquita me dijo algo sobre cómo ser, pero por más vueltas que le doy nunca he entendido qué quiso decirme.
¿Ser qué? ¿O quién? Porque soy una guitarra. Todavía recuero cómo Chuli, otra amiga guitarra, siempre me lo decía:
si tenemos suerte nos llevará un maestro, lo acompañaremos en las coplas o el flamenco, haremos bailar a aquellas mujeres con vestidos de lunares y a los bailaores en pleno frenesí de piernas
¡Ay! Si me hubiera escogido otra persona. Y yo que me imaginaba rodeada de aplausos y luces que resaltaran mi barniz, palmas que acompañaran mi melodía y taconeos marcados al son de los profesionales.
Qué se le va a hacer, así es la vida de un instrumento. Yo sólo espero que este chico aprenda rápido porque madera de músico no se le ve.
La voz me sale a tirones sin siquiera un poquito de armonía. ¡Zaz! ¡Swing! Suenan mis pobres dientes. ¿Por qué no me eligió un alma cándida que al menos supiera la diferencia entre una blanca y una negra? Que no es mucho pedir, digo yo. Y bueno, ya ni cuento la forma en que mis pobres curvas sufren con sus rodillas huesudas.
Uy, uy que entra. Pero ¿qué trae ahí? Madre mía, si es Paquita ¡la ha comprado! Por fin tendré compañía. Aprovecharé para contarle lo que pasa aquí ahora que él y sus amigos ensayan esa canción que, insisto, no se escucha bien.
Cuando termino de narrarle mis angustias Paquita me mira de una forma extraña y me dice:
- Esa Chuli es muy presumida y te ha llenado la cabeza de pajaritos. No todo sale como queremos, niña. Esta vida es muy traicionera.
- Pero Paquita qué dices. Siempre hay que apuntar a lo más alto.
- Sí, niña sí, eso no te lo discuto, pero tienes que tener los pies en la tierra, vendrán tiempos buenos y tiempos malos. No todos los planes se cumplen ni todas las desgracias suceden, pero debes aprender a afrontar ambos. Podemos lograrlo si sabemos sortear la marea.
Qué cosas tan raras dice Paquita ¿Marea? ¿Qué marea? La mareada es ella. Cambio el tema de conversación y le digo que no se haga muchas esperanzas, que hemos caído con un sordo de nombre raro que no se entera de nada.
- Se me ha ocurrido un plan – le susurro y me mira otra vez como diciendo pobrecita mía, pero insisto -. He pensado que podríamos dejar de sonar, como una huelga de esas que se escuchan en la radio.
- ¿Dejar de sonar? – se muestra malencarada -.
- Sí, ya verás cómo nos cambian a estos músicos del tres al cuarto y nos ponen en manos de verdaderos maestros.
- Pero ¿por qué dices que no sabe interpretarte?
- Es que sueno fatal, algo me ha hecho este chico Paquita - se me sueltan las lágrimas -. No sueno con la característica voz dulce de las guitarras.
- ¿Qué? ¿Pero de qué hablas, niña? ¿Qué guitarras? ¡Si tú no eres una guitarra! Ay, ya me lo temía yo cuando te fuiste muchacha ¡Eres un bajo!
- ¿Un qué? - le pregunto sin entender nada de lo que me dice, pero lo único que alcanzo a escuchar es:
- No te cierres, ábrete. No te sabotees. Sé tú misma.
En ese momento el chico me coge, los demás tocan al mismo tiempo la canción que hemos ensayado toda la semana y mi dueño empieza a cantar.
Todo me flaquea. Es él, me digo mareada. ¡Es el mismísimo Elvis ese que se escucha en la radio! Todo el cuerpo se me llena de escalofríos. Comprendo que ha compuesto esa canción para mí, porque no sólo me mira diciendo vamos chica es ahora o nunca, que lo podemos hacer, sino que al cantar me dice:
Es ahora o nunca
Abrázame
Bésame amor
Sé mía esta noche
Mañana será muy tarde
Mi amor no espera
Es ahora o nunca
Cuando te miro
Con tu tierna sonrisa
Siempre cautiva mi corazón
Toda la vida
Te estuve esperando
Y ahora por fin
Ese momento llegó
Viridiana Torres
Reportaje publicado en el nº 397 de la Revista de Torre. Puede descargar el archivo pdf de la revista aquí