El escritor y humorista inglés Jerome K. Jerome escribió que el perro es un animal “muy imprudente. Jamás se detiene a averiguar si aciertas o yerras, no le interesa saber si subes o bajas por la escalera de la vida, nunca pregunta si eres rico o pobre, tonto o listo, pecador o santo. Con buena o mala fortuna, si tu reputación es excelente o pésima. Si te creen honorable o infame. Seguirá contigo, para consolarte, protegerte y dar su vida por ti”.
Además, nadie negará que los perros constituyen no solo un magnífico animal de compañía sino que en muchas ocasiones proporciona numerosos beneficios terapéuticos para sus dueños, especialmente a aquellos que viven en soledad, están enfermas o incluso sufren una depresión.
Pero, ¿Quién no ha tenido que sufrir alguna ocasión los ladridos del perro del vecino? ¿Quién no se ha traído a casa, adherida a la suela del zapato, una caca de perro? ¿Quién ha no contemplado con desagrado el espectáculo ver nuestras las aceras salpicadas de excrementos caninos o las paredes y farolas de las calles regadas con sus micciones?
A muchos puede sorprender pero Torrelodones, con sus 24.00 habitantes empadronados, dispone de una población aproximada de unos 6.000 perros. ¡Uno por cada cuatro habitantes!
Es evidente que tal cantidad de canes provoca en ocasiones numerosos inconvenientes. De hecho una de las denuncias y quejas más frecuentes de los vecinos tiene su origen en las molestias causadas por los ladridos de los perros.
Es cierto que el perro tiene que expresar sus estados emocionales con su voz, es consustancial a su naturaleza. Pero un can que no para de ladrar puede interrumpir el sueño de noche de la comunidad de vecinos en la que habita. Y si los constantes aullidos del animal tienen lugar durante el día, dificultarán la tranquilidad del resto de habitantes del edificio: el vocerío no solo impedirá el estudio y el descanso de los demás, sino cualquier actividad doméstica que precise tranquilidad
Otro problema con los perros, y este es más común y sucio, es el de sus cacas. Torrelodones tiene más de cien kilómetros de vías públicas. Si cualquier vecino, paseando, tuviese la paciencia de contar las defecaciones con las que se va encontrando en un trayecto no demasiado largo, seguro que se asombraría del resultado. Más grave todavía es cuando estas evacuaciones se producen en parques infantiles o en zonas ajardinadas en la que los niños juegan habitualmente.
Indudablemente la culpa de estas desagradables sorpresas es de sus dueños. Algunos se excusarán argumentando que no hay suficientes sanecanes o que estos carecen de bolsitas. Pero en más de una ocasión hemos sido testigos de que, bolsa en mano, una vez que el perro ha realizado sus necesidades, el dueño ha pasado olímpicamente de recogerlas.
Da igual las campañas municipales de concienciación que se lleven a cabo o la amenaza de multar a los infractores. No les importa que ensucien nuestros zapatos, que manchen nuestras calles, que estas huelan mal o que sus heces sean un vehículo de transmisión de enfermedades infecciosas y parasitarias que nos pueden afectar. Es evidente que antes tales muestras de incivismo y mala educación el único remedio es la aplicación de la Ordenanza de Medio Ambiente.