La escasez de agua, o estrés hídrico, es el fenómeno entendido como la disminución de los recursos de agua dulce debido a una demanda superior a la cantidad de agua disponible en un período determinado o a una calidad no apta para el uso.
España es el país europeo con mayor tendencia al estrés hídrico. En los últimos años, se ha registrado como uno de los países que más agua consume por habitante y día en cuanto a uso doméstico y esta demanda ha venido aumentando debido al desarrollo económico, la expansión urbana, el turismo y la agricultura. Se calcula que para el año 2030 un 65% de la población española sufrirá las consecuencias de la escasez del agua.
España es, además, de los primeros en la lista de países con el mayor número de pérdidas en su red de distribución, el registro es de 25% y según datos del Informe Anual de Indicadores señala que las pérdidas reales de agua en las redes públicas de abastecimiento urbano por fugas, roturas y averías se estimaron en 678 hm3, lo que supuso el 15,7% del total de agua suministrada a dichas redes.
En cuanto al uso del agua, el consumo medio de agua de los hogares en España, se situó en 154 litros por habitante y día.
Como se observa en los datos anteriores, la escasez de agua en España y el mundo, obliga a replantear la forma en que se ha venido explotando este recurso en los últimos años, especialmente, la gestión por parte de los ciudadanos.
En este nuevo escenario, el agua debe de retomar la importancia que le atribuían antiguas culturas, ser concebida como un recurso básico para la supervivencia y ser gestionado de manera estratégica como un bien económico escaso de creciente valor, sin perder de vista el enfoque en derechos humanos que conlleva su uso y disfrute. El reto de los gobiernos locales es garantizar la sostenibilidad del agua mediante la aplicación en el corto plazo de estas estrategias con las que se reducirá el potencial de estrés hídrico en los próximos años.