Un motoviaje de 26 días me llevó a cruzar 16 fronteras recorriendo los países del Este de Europa, embarcando en 3 barcos, nadando en 4 mares (Mediterráneo, Adriático, Negro y Mármara) y cambiando de continente para poder llegar a la tan impresionante y bucólica Capadocia, en Turquía. Un total de 10.000 km por carreteras y otros (más o menos) 2.000 km de navegación por el Mediterráneo y el Adriático.

He de reconocer que la preparación de este viaje me resultó más sencilla, tanto en la pseudo planificación de los tracks y el orden de los países que pretendía cruzar, como también en la elaboración del equipaje y material que llevaría para posibles problemas mecánicos. Y es que “la veteranía y experiencia es un grado”. 

En este motoviaje el equipaje se ha visto reducido considerablemente, la ropa iría la justa e imprescindible; un pantalón corto y otro convertible con cremalleras, 5 camisetas, una chaqueta, 5 mudas, chanclas, bañador, zapatillas y una mini toalla casi tirando a bayeta más que toalla. Un neceser básico y pequeño botiquín con medicación básica y material para pequeñas curas.

El material para problemas mecánicos, muy escueto y básico: un par de llaves, trapos, cinta americana, bridas, destornillador, lámpara de luz delantera y trasera, kit para pinchazos, cepillo para limpieza de cadena y una bombona de 2 litros de gasolina por si acaso (solo la utilicé una única vez y fue por descuido mío).

Como material extra, saco de dormir, traje de agua, pequeña esterilla, cojín inflable para la cabeza, compresor para inflado de neumáticos, un par de linternas, 2 cinchas, un par de mecheros y unas 10 barritas energéticas, solo para usar en caso de quedar varado en alguna carretera y tener que hacer noche en ella.

Alguien podrá pensar que es poco material para casi un mes de aventura, pero creedme que ha sido más que suficiente, la ropa cada 4-5 días se lava en cualquier lugar que se encuentre sin mayor problema. Y llevar más herramientas es absurdo, ya que vayas donde vayas, siempre habrá alguien que conozca a otro alguien y entre todos se podrá solucionar el problema. Al menos en La Perla Negra, que tiene 20 años y que carece de electrónica alguna y es pura mecánica.

Llegó el día

5:00 am del día 13 de julio de 2024, suena la alarma, pero llega tarde… Ya me encuentro despierto, casi vestido, con un café en mis manos y escuchando “Al Respirar”, una canción de Vetusta Morla, que para estos momentos previos al viaje viene como anillo al dedo.

Es en este momento con mi soledad, en silencio y con mil pensamientos orbitando mi cabeza, cuando me hago plenamente consciente de que todo llega y que todo pasará. Justo en este momento comienza un viaje que (yo aún no sabía) me iba a dejar marcado por distintos motivos. Un viaje que será un viaje de vida. Un viaje en donde tuve que volar solo y medirme muy a fondo tanto a nivel físico como mental. Muchas horas de sudor y de psicolocasco me esperaban…

5:30 am, con un último sorbo al café y poniéndome el casco que será una parte más de mi cuerpo durante casi un mes, me despido de lo que es mi zona de confort. Salgo sin despedidas, con el alma tranquila y la mente enfocada en el objetivo, que al final no es otro que regresar y poder contarlo.

Pese a tener ya cierta experiencia en motoviajes de larga distancia; Transpireanico-Cantábrica en 2021, con 3.000 km; Alpes-Dolomitas en 2022, con 5.000 km y Nordkapp-Báltico en 2023, con 13.000 km. Siempre, cuando engranas 1^a y suena ese primer ¡clac!, es cuando se produ-ce una dulce, increíble y única mezcolanza de sentimientos; ansia, incertidumbre, anhelo, excitación, nervios, deseo, alegría y también, en mi caso, cierta pena y tristeza de empezar a rodar y no ver en el retrovisor la silueta de mi pingüino. 

Pero sobre todos ellos, y siempre en cada viaje realizado, está muy presente un sentimiento de férrea confianza en mí mismo, en mis capacidades, experiencia y conocimientos. Y teniendo cristalino que el viaje siempre provee al viajero de lo que va necesitando en cada momento, procurándole así el regreso al hogar.

El motoviaje

Como ya se ha comentado, este motoviaje me llevó por 15 países y un estado independiente; Italia, Eslovenia, Croacia, Bosnia, Serbia, Rumanía, Moldavia, Estado de Transnistria, Ucrania, Bulgaria, Turquía, Grecia, Macedonia, Montenegro y Albania.

De todos ellos, he de decir que son países que merece la pena recorrer, cada uno tiene un halo especial y único. Aunque reconozco que, cuanto más al Este te adentras, más cautivador se vuelve el viaje y más descubres la esencia real del ser humano, la bondad.

Comparado con Nordkapp por el Báltico (2023), y bueno con cualquier otro anterior, este viaje ha sido muchísimo más exigente por el tipo de carreteras, en donde en ocasiones he tenido que rodar por algunas pistas y asfaltos que se parecían más a una superficie lunar que a una carretera. Y por el calor propio de esos lugares, rodar a 33^o-36^o con traje, botas, casco y guantes bajo el sol y de negro, hace que tu sensación térmica supere sobradamente los 46^o. Asimismo, este motoviaje me ha aportado muchísimo más que el anterior en lo que a relaciones humanas se refiere. Sobre paisajes y fotografías no puedo decir lo mismo, pues Noruega se lo lleva por goleada, porque Noruega es el paraíso de los paisajes donde cualquier rincón ofrece una fotografía increíble.

Pero este RUMBO A ORIENTE me ha aportado a nivel humano algo que el Norte no hizo. Me he visto obligado a confiar abso-lutamente en personas con las que apenas nos entendíamos en inglés, que me han demostrado y reconfirmado lo que siempre he defendido: la gente en sus países es buena, no quiere problemas y ayudan siempre al viajero sea cual sea su origen.

He de decir que este viaje me ha hecho crecer y verme a mí mismo de una manera diferente, y ha hecho subir varios niveles mis conocimientos y dinámicas para viajar. Por ende, ha confirmado lo que en gran parte ya sabía: “soy capaz de todo lo que me proponga mientras crea y confíe en mí mismo”.

Si tuviera que elegir cinco lugares del viaje, serían los siguientes:

• Atravesar los Cárpatos (Rumanía) y rodar por la mítica Transfagarasan, una carretera de montaña plagada de curvas y cuyo trazado supera los 90 km. Es la segunda carretera pavimentada más alta del país, y su altitud no es que sea excesiva, tan solo unos 2000 y pocos metros. Pero eso sí, es única, cada curva te maravilla y cada mirada al entorno te enamora. Además, tiene un encanto añadido, y es que en sus márgenes puedes encontrar osos que están más que acostumbrados a la presencia humana, pero aun así son peligrosos y en absoluto uno puede acercarse a ellos.
• Entrar en La República Moldava Pridnestroviana, más conocida como Transnistria (Moldavia). Por lo que leí y entendí estando allí, es un estado que se ha declarado independiente de Moldavia de forma unilateral con apoyo ruso. Tiene sus propias fronteras, su propia moneda y sus propias tarjetas bancarias, de hecho, las tarjetas de crédito que se usan en todo el mundo allí no valen. El idioma oficial de la zona es el ruso mientras que en Moldavia es el rumano, y pese a que se piense lo contrario, es un lugar muy tranquilo, habitado por gente muy normal y corriente que, como en todos lados, están dispuestos a echarte una mano o facilitarte las cosas. Eso sí, el paso fronterizo impresiona, pues está militarizado, en sus márgenes hay aparcados tanques y los soldados portan armas de guerra. El paso al estado de Transnistria para el extranjero tiene un coste de 5€, porque como ya se sabe, la independencia no sale gratis...
• Cruzar el Bósforo y llegar hasta la Capadocia (Turquía). Para mí, sin duda, fue el “highlight” del viaje. Recordaré siempre el momento en que te encuentras con el cartel “Wellcome To Asia” tras haber cruzado el Bósforo por “El Puente de Los Mártires del 15 de julio”, a 65 m de altura y durante más de 1,5 km. Ese momento, en tu moto y habiendo salido de España, es algo que solo se puede vivir porque las palabras se quedan cortas para expresar los sentimientos. Por cierto, decir (y afirmo) que Estambul es una locura en lo que a tráfico se refiere, impera un “caos organizado” en donde, si algún día vais en vehículo, la paciencia y entrar en ”modo zen” serán vuestros únicos y mejores aliados.  Estambul es una ciudad embaucadora, y pasear por las orillas del Bósforo y la Mezquita Azul es algo maravilloso. Llegar a Goreme (Latitud 34^o50´07”E) en Capadocia, es sin duda otro hito personal.  Es lo más al Este que he llegado con mi Perla Negra. De este idílico y bucólico lugar, cuyas “Chimeneas de Hada” y forma-ciones rocosas en forma de cono que conforman la superficie árida del lugar, poco puedo decir que vaya a aportar algo nuevo al lector y que no sepa ya. Es un lugar con una magia especial y un viaje en globo, por muy turístico que parezca, merece la pena y mucho. Ver amanecer a unos 800 m de altitud volando en un globo y con la Capadocia a tus pies es, sin duda, una experiencia única y maravillosa.
• Atravesar Montenegro, un país que me sorprendió para muy bien. Personalmente, creo que todo el país en sí es un parque nacional, es naturaleza mires donde mires. Reina un paisaje montañoso que, según lo vas cruzando, ofrece unas panorámicas  impresionantes. Sus lagos y ríos de agua cristalina, que son una verdade-ra maravilla, se rodean de unas masas forestales magníficas. Asimismo, sus gentes, un lujo de personas, que están dispuestas a compartir un rato “charlando” con el viajero sin más inquietud que el conocerle e interesarse por temas mundanos.
• De Macedonia me cautivó su tranquilidad, lo limpio que encontré todo, la amabilidad y el civismo de sus gentes y el buen estado de las carreteras. ¡Ah! Y qué postre oiga... jejejeje.

El momento personal

Día 21 de julio, 19:45 h, tras 80 km circulando con una lluvia intensa, poca visibilidad, y calado hasta lo más íntimo de mi ser, conseguí llegar a Chisinau capital de Mol-davia. En esos momentos ya no llovía y tras la foto de rigor en el cartel de la ciudad, me dispuse a ir al hotel situado a menos de 3 km de donde estaba. Es en ese trayecto donde, por un error mío (pisar una línea blanca de un paso cebra, mojada y casi en curva), sufrí un pequeño accidente sin consecuencias personales graves, salvo dolores en espalda, cuello, cadera y hombro izquierdo. Nada que no se haya  solucionado con descanso e ibuprofeno. Es en este momento, a casi 4.000 km de casa, cuando te das cuenta de lo importante que es la actitud, saber relativi-zar controlando el estrés, y de lo maravillosa que puede ser la gente. 

Estuve varado 3 días en Chisinau, donde el viaje me regaló lo mejor: conocer a Alexander y Andrea, un ma-trimonio que fue el primero que me asistió ya que tienen una barbería a escasos metros de donde besé el suelo. Se preocuparon por mí constantemente los siguientes dos días, tratándome como si fuera un amigo de toda la vida. Comí, bebí, reí, aprendí, compartí charlas, etc. 

Hicieron que, esos 3 días y medio, mi alma y mi mente estuvieran tranquilas en tanto se arreglaba el estropicio que había sufrido La Perla Negra (tapa de motor, estribera y palanca de cambio), ella se llevó la peor parte. Asimismo, he de decir que la gente del único taller que podía arreglarla, lo hizo con profesionalidad, eficiencia y rapidez. Y lo mejor de todo, sin querer aprovecharse de mi circunstancia. En ese lugar y en mi situación, hubiera pagado lo que me hubieran pedido porque no tenía más opciones. Y resultó ser totalmente al contrario, me costó mucho más barato que si lo hubiera tenido que arreglar aquí en España.

El parón y las vivencias hicieron que la frase del gran Capitán Jack Sparrow “El problema no es el problema, el problema es tu actitud sobre el problema” cobrara sentido, significado real y tangible en mi vida en esos momentos. 

Esta experiencia me enseñó a relativizar todo lo que pue-de suceder en los viajes, en que para todo problema hay una solución y, sobre todo, a reconfirmar mi fe en Dios, pues el accidente podría haber sido unos cuantos kilómetros antes, o en algún otro país con carreteras más complicadas, en donde las condiciones eran muchísimo peores y las consecuencias hubieran sido bastante más graves. Estoy convencido de que Él me ha guiado y pro-tegido en cada kilómetro de este viaje y de los anteriores. Por ello me siento muy agradecido y mi fe está tan firme como la parte anterior del maxilar superior.

Queridos lectores, si habéis llegado hasta aquí, solo puedo daros las gracias por vuestra atención y tiempo invertido en leer estos párrafos escritos por un motoviajero solitario quien, si la fortuna le acompaña, seguirá desbloqueando países y experiencias sobre La Perla Negra y llevando un pedacito de Torrelodones allá donde vaya.

“El Viaje en si mismo es algo inerte, solo adquiere vida propia cuando intervienen personas que en principio son ajenas a él. Y cuando lo hacen, es cuando se produce el milagro de que este adquiera alma y deje de ser un simple viaje, para convertirse en una experiencia vital.”

Jesús Fernández-Peinado