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Entramos en este “tormentoso” siglo XIX con una crisis dinástica e institucional que sepultará el Antiguo Régimen y cuyas consecuencias se extenderán durante gran parte de la centuria.
La influencia del pensamiento revolucionario francés, la invasión napoleónica, la Guerra de Independencia, la disolución definitiva del régimen señorial, convertirán a los siervos en ciudadanos de un estado constitucional de corte liberal y en forma de monarquía parlamentaria. Además, surgirá la idea de “Nación Española” en la que recaerá la soberanía del pueblo.
Pasaron siete reyes y una república:
- Carlos IV Borbón (1788-1808).
- Fernando VII Borbón (1808-1833).
- José I Bonaparte (1808-1813).
- Resistencia española contra "el francés":
- Junta Suprema Central (1808-1810).
- Regencia (1810-1814).
- Isabel II Borbón (1833-1868).
- Regencia (1833-1843).
- Gobierno provisional (1868-1871).
- Amadeo de Saboya (1871-1873).
- 1ª República (1873-1874).
- Alfonso XII (1874-1885).
- Regencia (1874-1875)
- Alfonso XIII (1886-1931).
- Regencia (1885-1902)
Siete Cartas Magnas:
- 1808 Estatuto de Bayona (Acte Constitutionnel de L’Espagne).
- 1812 Constitución Política de la Monarquía Española.
- 1834 Estatuto Real.
- 1837 Constitución de la Monarquía Española.
- 1845 Constitución de la Monarquía Española.
- 1869 Constitución Democrática de la Nación Española.
- 1876 Constitución de la Monarquía Española.
Y solamente un Señor propietario del Real de Manzanares, Condado en el que se integraba Torrelodones:
- Don Pedro Alcántara de Toledo y Salm‐Salm, 14º Conde del Real de Manzanares y 13º Duque del Infantado (+ 1841),
cuyas posesiones, a su muerte y a falta de heredero, pasaron por herencia a la Casa de Osuna.
Para añadir más cambios, se llevó a cabo la reorganización territorial del Estado en 49 provincias (1833, Javier de Burgos) y Madrid, que hasta entonces había sufrido una irracional dispersión de su territorio, consigue tener por fin un territorio integrado.
Torrelodones, después de la caída del Antiguo Régimen, ya no tendrá que acudir a la Cancillería Ducal de Guadalajara, ni dependerá del Corregidor instalado en Colmenar Viejo para la mayoría de sus asuntos, ni tendrá que contar con el beneplácito del Duque cada año para renovar sus cargos, etc. Después de casi quinientos años, dejará de pertenecer a los Mendoza y a Guadalajara para pasar a integrarse en la provincia de Madrid y depender administrativa y políticamente de su Diputación.
Si hay algo que caracteriza el siglo XIX español, además de los traumáticos e importantes cambios en todo orden de cosas, es la violencia armada en episodios que se repiten de manera continua desde principio del siglo (1808, invasión napoleónica) hasta su fin (1898, pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam):
- incontables pronunciamientos de militares liberales, moderados o progresistas que regirán España durante casi todo este siglo.
- revoluciones como la de principio de siglo con las reformas constitucionales gaditanas de 1812 o la del “Sexenio revolucionario” de 1868-1873;
- una política internacional de “prestigio” ¿? llevada a cabo cuando, perdidas casi todas las colonias americanas y aislados internacionalmente, los gobiernos de una España arruinada y con un ejército sin medios ni moral, nos embarcan en guerras como la de África o participando en las de nuestros aliados que libraban en Ultramar (Conchinchina, México y Sur del Pacífico);
- y lo peor, tres nuevas guerras civiles, las conocidas como “Carlistas”.
De todos estos episodios sangrientos nos ha quedado alguna huella documental relacionada con Torrelodones:
En el contexto de la “Guerra de Independencia”, por el coronel Don Juan Sañudo, sabemos que las tropas de uno y otro bando hicieron parada en nuestro pueblo después de una acción en Guadarrama y de vuelta de la derrota del ejército imperial de Napoleón en Arapiles el 22 de julio de 1812, pasan por aquí la unidad italiana de los dragones reales del regimiento números 2 y 7 y el regimiento número 5 de Infantería de Granada. Pisándoles los talones les persigue el regimiento número 1 de la caballería alemana de dragones pesados y el regimiento número 2l de la caballería ligera pertenecientes al ejército aliado británico-portugués.
En 1833, con la muerte rey “Felón” (Fernando VII), quien firmó en 1830 la Pragmática Sanción derogando la Ley Sálica, comienzan las terribles Guerras Carlistas, dejando a su pequeña hija (Isabel II) de tan solo 3 años como “reina propietaria” de España, en detrimento de su tío Carlos Mª Isidro. La primera de estas guerras termina en 1839 con la firma del “Convenio de Vergara”; la segunda es la conocida como la “Guerra de los Matiners” (1846-1849), un levantamiento popular catalán a consecuencia del matrimonio de la reina con Francisco de Asís de Borbón en lugar del pretendiente carlista, su otro primo, Carlos Luís de Borbón; la tercera y última se desarrollará desde 1872 hasta 1876.
Como es de suponer, para llevar a cabo tanta campaña bélica, fue necesario recaudar fondos y reclutar mozos, procedimientos que se conservan en los archivos históricos con la denominación de “impuestos o contribuciones extraordinarios de guerra” y “levas” (Quinas y Milicias). Cada pueblo debía contribuir con un cupo marcado por la Superioridad, tanto en dinero como en mozos y para alcanzarlos se realizan “repartimientos” que se calculaban en base al número de vecinos. En los Ayuntamientos, como último eslabón en la cadena de la Administración Pública, se recaudaba el dinero y se sorteaban los mozos. Son numerosos los expedientes de Quintas y Milicias que conservamos en el Archivo Histórico Municipal de Torrelodones. Por poner un ejemplo, en 1836, en el procedimiento de “Movilización de la Milicia Nacional Local” en el que constan los 20 “yndividuos que deben componer la Milicia Sedentaria cuyo servicio es reducido a lo que ocurra en este pueblo o cortas salidas a los inmediatos”… los 12 “yndividuos que deben movilizarse presentándose el 20 del que rige (mes en curso), en la cabeza de partido (Colmenar Viejo) y el 28 siguiente en Madrid prontos para marchar donde se les destine por el gobierno” y los 6 “yndividuos que se hallan dispensados de hacer el servicio en la milicia con sus personas, pero obligados a pagar la cantidad mensual que se les esige, entre cinco y cinquenta reales de vellón”. En el mismo documento se informa que los dispensados que quisieran entrar en las milicias voluntarias deberían dirigir un memorial al Ayuntamiento, cesando en ese momento la obligación del pago mensual. Y para los movilizados que quisieran redimir su presentación y servicio, podían hacerlo pagando por adelantado en la Depositaría de su cabeza de partido 150 reales de vellón los de Ynfanteria y 200 los de Caballería. (La Milicia Nacional, creada en 1812, aparece y desaparece según sea el gobierno, progresista o moderado, pudiendo ser llamados a filas los varones entre 30-50 años para servir durante 8 años).
En cuanto a documentos contables, en 1838 tiene lugar un nuevo “repartimiento” de 13.563 reales para satisfacer la contribución “extraordinaria de guerra”, que provocará las quejas por escrito de algunos vecinos que se consideran agraviados por la cantidad que se les ha adjudicado a pagar. Este es el caso de Juan Mingo, labrador y Pedro Sánchez, labrador y posadero. Llegamos a 1841 y parece que fue necesario hacer otro repartimiento para seguir pagando los gastos de guerra, en esta ocasión son 785 reales. En 1873, ya en la última Guerra Carlista y agotados otros recursos, la Administración tiene la ocurrencia de cobrar impuestos sobre “puertas, ventanas y balcones”. (Nos podemos imaginar a los vecinos afanándose en tapiar, salvo la entrada, cualquier hueco de su casa susceptible de ser objeto de impuesto.)
Un interesantísimo documento gráfico es la fotografía, con la que encabezamos este capítulo, de unos soldados de infantería de Línea en 1870 con su peculiar penda de cabeza, el “ros” de visera charolada y cogotera para verano, en lo que parece una tranquila parada para reponer fuerzas con la Torre al fondo.
En otro orden de cosas, en 1868, se abandona el sistema monetario tradicional, de modo que “monedas de cuenta” como los escudos y maravedís desaparecerán y reales y duros (20 reales) se ajustarán a la nueva moneda oficial, la peseta. En nuestro archivo podemos encontrar algún documento realmente interesante en el que se incluyen los valores en pesetas y en reales en esta etapa de transición monetaria.
También en 1880, por fin, se implanta el Sistema Métrico Decimal, después de años legislando contra las reticencias, protestas y quejas, especialmente de alcaldes. Ya en 1801 Godoy (el mismo año que es nombrado generalísimo de los ejércitos) decretó la unificación de pesos y medidas en todo el reino ante el caos que suponía la enorme diversidad entre regiones, incluso entre pueblos comarcanos, pero revoluciones, guerras e inestabilidad política lo impidieron durante gran parte del siglo.
El siglo XIX también presenció la gran “Desamortización” o venta de los bienes pertenecientes a las llamadas “manos muertas” (Iglesia, Corona, Nobleza, ayuntamientos e, incluso, instituciones de carácter social) que no podían venderse ni transmitirse y que, en la mayoría de los casos, ni siquiera pagaban tributos; de esta manera pasaron a manos burguesas inmensas extensiones de tierra. El objetivo era liberar las propiedades y crear una masa de propietarios que respaldaran el nuevo régimen pero, en realidad, en muchos casos estas ventas se realizaron con fines especulativos y de enriquecimiento rápido:
La Desamortización Eclesiástica tuvo sus antecedentes:
- en el siglo XVI, con Carlos I y Felipe II quienes pusieron en venta el exceso de patrimonio y poder acumulado por la Iglesia (bienes y vasallos).
- a finales del siglo XVIII y principios del XIX, tanto de mano de Godoy, como de José I Bonaparte y el Trienio Liberal (1820-1823), aunque con vuelta atrás parcialmente con Fernando VII e Isabel II.
- a partir de 1834, con la desaparición de Fernando VII y, definitivamente, en el ocaso del Régimen Absolutista, Mendizábal y Espartero la pondrían en práctica.
En cuanto a la Desamortización General:
- Pascual Madoz da nombre a las leyes desamortizadoras desde 1855 con las que los gobiernos liberales se propusieron acabar definitivamente la desamortización eclesiástica y comenzar la de los ayuntamientos con la venta de sus “Propios”, empobreciendo más aún, si cabe, a los pueblos que se quedaban sin su fuente de financiación, las subastas de sus dehesas, la recogida de su leña, la producción del carbón en sus montes, etc.
En el AHN se conservan los Boletines de las Ventas de Bienes Nacionales de nuestro pueblo, como los correspondientes a las posturas y remates de La Berzosilla, El Hito, Trofa, las Eras Parvas, Enebrillo, Valdeurones, Cantos Negros, Cerro de las Colmenas, Fuente Bonete Arroyo de Trofas, Carboneros, La Solana, El Berrueco, El Gasco (1861-1868).
Y también, en el IGN, se pueden consultar las fichas catastrales de Torrelodones, tanto de los propietarios como de las propiedades, así como los planos históricos del siglo XIX que nos ilustran del solar del municipio. Junto a los apellidos con solera de la aristocracia local (Oñoro, Urosa, Mingo, etc.) van apareciendo los de los nuevos hacendados como Briones, Pardo, Muñoz Manzaneque…
Pascual Madoz, en su “Diccionario Geográfico-Estadístico de España” en 1849, aporta valiosos y curiosos datos sobre Torrelodones como: “… la combaten todos los vientos, el clima es algo frio padeciéndose por lo común pulmonías y dolores de costado. Tiene 40 casas, la del ayuntamiento, escuela de primeras letras común a ambos sexos…, una fuente de buenas aguas de las cuales se utilizan los vecinos para sus usos y una iglesia parroquial aneja de Galapagar, servida por un teniente. El cementerio está en parage que no ofende la salud pública… comprende en todo su círculo bastante monte de encina y varios prados con buenos pastos; le atraviesa el titulado río Guadarrama. El terreno es de mediana calidad. Los caminos dirigen a los pueblos limítrofes; el correo se recibe en la cabeza de partido. Produce trigo, cevada, centeno con algunas legumbres; mantiene ganado lanar y vacuno y cría caza de conejos y perdices. La población es de 36 vecinos, 174 almas”.
Por otro lado, la llegada del ferrocarril a Torrelodones en 1864, además del beneficio que supuso para la movilidad de los ciudadanos y las mercancías, convirtió nuestro pueblo en destino de domingueros, veraneantes, excursionistas y cazadores capitalinos, quedando patente por la información encontrada en la Biblioteca Nacional que Torrelodones se puso de moda entre los madrileños durante las tres últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX en parte, gracias a la promoción turístico-cultural que la empresa los “Caminos de Hierro del Norte” llevó a cabo en los pueblos en los que tenía apeadero. Desde simples itinerarios con horarios, precios y ofertas de viajes ida-vuelta para fines de semana, hasta breves guías con monumentos y personajes populares. Se destaca la tranquilidad, el entorno natural y su abundante caza (recordemos como ya en la Edad Media los cazaderos de Torrelodones eran muy estimados, según se cuenta en el “Libro de la Montería” de Alfonso XI del siglo XIV: El berrocal de la Torre de los Lodones es un buen monte de oso en invierno… También recordamos el lienzo de Cecilio Plá, Salida de los cazadores de la estación del Norte (ca.1900-Mº Historia de Madrid), que reúne cinegética, ferrocarril y excursionismo a nuestra Sierra.
Estas guías informaban, entre otros datos, que había que recorrer 3 km. a pie o en caballería hasta el pueblo, donde encontrarían posada; que desde 1886 a 1893 los habitantes aumentaron de 581 a 600; que teníamos un aserradero de mármol y que, junto a la estación, Frascuelo tenía su negocio llamado “Almacén General de Ultramarinos y Vinos, La Verdad” (muy criticado por sus compañeros de profesión por haberse “enterrado” en un pueblo como éste para hacerse tendero. Al torero le saludaban los pasajeros desde el tren con un ¡eh, negro!, por lo moreno que era y hasta la Infanta Isabel de Borbón, La “Chata”, le hacía subir a su vagón aprovechando la parada en el apeadero.
El tren también acercó la naturaleza a la Institución Libre de Enseñanza, proyecto pedagógico del regeneracionista Giner de los Ríos (del que se conservan fotografías en Torrelodones), quien elegiría nuestro pueblo para las primeras excursiones científicas de aquella “escuela al aire libre”.
Profesores como Aureliano Beruete, hipnotizado como Velázquez por la límpida atmósfera de la sierra de Guadarrama, vino con sus alumnos y nos dejó obras como “Atalaya de Torrelodones”(2) y “Paisaje de Torrelodones”(3).
Esta popularidad de Torrelodones también se reflejó en algunas obras literarias que lo mencionan, que están ambientadas en él o que sus personajes, gente común, intelectuales o artistas, buscan refugio en la naturaleza y su silencio para crear.
Es una lástima, pero la información que conserva el Archivo Histórico de RENFE sobre nuestro apeadero es realmente escasa: transporte de ganado bravo y un par de fotografías, ya del siglo XX, del edificio de pasajeros, retrete y lampistería.
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(1) Gentileza de Javier Romeu
(2) (https://plus.google.com/+Duran-subastas/posts/Dda4ELX6ZLq)